Inicio este escrito trayendo a colación un aforismo muy
popular de Simón Bolívar: “Un pueblo
ignorante es instrumento ciego de su propia destrucción”. Un pueblo sin
educación real, sin conciencia, que no piense, incapaz de razonar bajo
principios humanos y equitativos, con miopía para proyectarse en el largo plazo;
de continuar así, sus espacios culturales, sociales, económicos, políticos y
ambientales entraran en decadencia, y terminara por autodestruirse.
El modelo económico neoliberal ha sido el sistema
hegemónico durante las ultimas décadas, y la economía de los materiales ha
servido como un elemento catalizador para la expansión y consolidación de dicho
modelo. Esta economía de libre mercado, competencia salvaje, crecimiento
económico insostenible, multinacionales,
privatización, constantes crisis, individualismo y eliminación del estado; en
gran parte es financiada y promovida por el excesivo consumo de los agentes
económicos, por esas insaciables y estúpidas ansias de consumir lo innecesario,
sin tener en cuenta las externalidades derivadas de esta actividad. Reafirmando
el aforismo de Bolívar.
La economía de los materiales es un sistema integrado por cinco pasos: extracción,
producción, distribución, consumo, y residuos; generados por el hombre, para la
satisfacción de las necesidades a través del consumo de bienes materiales. Pero
entorno a los pasos que componen el sistema se desarrollan efectos negativos
(externalidades negativas) que afectan al medio ambiental y a la salud humana
principalmente.
Cuando se extraen las materias primas, en aras de
optimizar la producción e incurrir en menores costos, se violan ecosistemas,
normas ambientales, reservas naturales, mejor dicho la naturaleza en conjunto. Bajo
el supuesto de aceptar la destrucción de la naturaleza como algo normal, ¿De
donde sacaran los insumos para garantizar el sustento en el futuro? Es inconcebible que se destruya la fuente de
producción y de riqueza (no solo en términos económicos), por esta razón opino
que es contradictorio e insostenible ese modelo.
El valor agregado a la materia prima proporciona un
producto nuevo, con un mayor precio y una mayor utilidad. Pero en la realidad
estamos lejos del ideario de producir elementos vitales, sin caer la producción
innecesaria, lujosa y artificial. Desde la mercantilización de los derechos
convertidos en servicios, privando a la inmensa mayoría de acceder a estos para
vivir dignamente. O dando la “posibilidad” de acceder a estos pero condicionando el futuro, la
vida, y hasta las familias.
Cada día desechamos lo que aparentemente no nos sirve, los
residuos de nuestro consumo, lo que ya no necesitamos; pero en realidad si nos
detuviésemos a pensar sobre la reutilización de nuestros desechos a estudiar
sobre estrategias de reciclaje y a tener mayor prevención en lo que vamos
consumir, y sumado a ello muchas veces se depositan en lugares inadecuados por
ejemplo en ríos, en reservas ambientales, etc. Por otra parte los capitalistas
por causa de su ambición promueven estrategias como la obsolescencia programada
que consiste en la planificación de la vida útil programada de un bien, en aras
de promover la demanda de este mismo, dejando claro que si el bien es de larga
duración las ventas serán menores. Promoviendo de esta manera el detrimento del
medio ambiente.
Una posible solución ante tal problemática es
reconsiderar nuestros patrones de consumo, concebir de la manera correcta
nuestras necesidades fundamentales como elementos vitales, impostergables e
irremplazables y con base en ellos definir nuestras prioridades de consumo sin
caer en los lujo o en lo innecesario.
JONATHAN HERNANDEZ
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